¿Qué es el movimiento slow life y cómo practicarlo?
En su libro publicado en 2004, Elogio de la lentitud, Carl Honoré explicaba que se percató de su adicción a la velocidad mientras hacía cola para embarcar. Aunque el avión no iba a salir antes, por mucha impaciencia que tuviera, se notaba ansioso y maldecía que la puerta de embarque no se hubiera abierto ya. Al darse cuenta de su estado, empezó a hacerse preguntas: ¿Por qué estamos siempre tan apresurados? ¿Es posible hacer las cosas más despacio?
En su libro, que marcó tendencia en muchos países, citaba al médico Larry Dossey, que en 1982 ya hablaba de la “enfermedad del tiempo” para describir la creencia irracional de que “el tiempo se aleja, no lo hay en suficiente cantidad, y debes pedalear cada vez más rápido para mantenerte a su ritmo”.
Han pasado cuatro décadas desde entonces y, con los agobios de la era digital, la aceleración con la que vivimos no ha hecho más que aumentar. Bajo el bombardeo constante que nos llega por las redes sociales, nos apresuramos a dar likes y a compartir, mientras caminamos por la calle como zombies, sin mirar por dónde vamos, corriendo como si el mundo acabara hoy.
Y la pregunta a plantearnos es: ¿Esta forma de vivir nos ha hecho más libres, más felices, o tal vez más eficaces? La respuesta es “no”. Como advertía Carl Honoré ya entonces: “No olvidemos quién ganó la carrera entre la tortuga y la liebre. A medida que nos apresuramos por la vida, cargando con más cosas hora tras hora, nos estiramos como una goma elástica hacia el punto de ruptura”. Optara por llevar una «vida lenta», por la slow life, solo nos traerá beneficios.
Uno de los libros más vendidos últimamente en Estados Unidos explora los beneficios de una vida más sosegada y atenta, dos cualidades que el monje budista coreano Haemin Sunim considera que van juntas.
7 Pasos para desacelerar
Además de estos atajos, hay siete ejercicios que podemos hacer para aflojar el ritmo y recuperar la serenidad:
1. Cuestiona tus urgencias
Si vives en un estado de alerta permanente, empieza por diseccionar esas emergencias y cuestiónate cada una de ellas. ¿Realmente es tan importante? ¿Lo es para mí o para otra persona? ¿Necesita este asunto que corra tanto o puedo hacerlo de una forma más calmada y saludable?
2. Observa el cielo
Este ejercicio es tan sencillo como efectivo. Si sientes que vas acelerado, con las pulsaciones a tope, levanta la cabeza si estás en la calle o acércate a una ventana, si te encuentras en un edificio. Contempla el trozo de cielo que se vea como quien valora una obra de arte. ¿Qué aspecto tiene? ¿Cómo definirías su color? ¿Qué sensaciones te produce?
3. Renuncia a la perfección
Muchas veces corremos porque no queremos fallar en nada de lo que se espera de nosotros, como si tuviéramos superpoderes. Sin embargo, con eso lo que logramos es convertir nuestra vida en un extenuante campo de batalla. No pasa nada si no llegas a todo, no pasa nada por decir: “No puedo”.
4. Practica el “dolce far niente”
Parar máquinas puede parecer una aberración, si crees que estás muy ocupado, pero es justamente cuando estás bajo presión el momento en que una pausa puede ser de lo más productiva. Como decía Ovidio hace ya dos milenios: “Tómate un respiro; el campo que ha reposado da una cosecha más abundante”.
5. Evita tomar decisiones en caliente
Las prisas endémicas hacen que a menudo te comprometas a más cosas de las que en realidad puedes hacer. Antes de dar un sí que implique aumentar la carga que ya tienes, no te precipites, para y consulta antes con el doctor Tiempo. No contestar de inmediato, facilitando así la reflexión, es una excelente medida para echar el freno.
6. Pasea al aire libre
Los antiguos griegos ya sabían que no hay mejor modo de bajar revoluciones. Al salir a estirar las piernas, el cerebro segrega serotonina y tu mente se relaja de inmediato. Desconecta el móvil por un rato y céntrate solo en cada paso, sintiendo tu peso sobre la tierra.
7. No robes horas al sueño
El peor negocio que puedes hacer es dormir menos para así ganar tiempo para las tareas pendientes, ya que además de poner en peligro tu salud, tu rendimiento será menor y, al final, no sale a cuenta. Como decía Ralph Waldo Emerson en el siglo XIX: “Termina tu día y déjalo ir de una vez por todas. Hiciste lo que pudiste.”
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