Un italiano surtió la comida cuando construían el Puente Sobre el Lago
Lleva 69 años viviendo en Venezuela, la mayoría en el estado Zulia, adonde llegó en 1955 después de haber transcurrido diez años de terminada la Segunda Guerra Mundial. Mario Fernando Paolini Pacifici a sus 93 años de edad, aún recuerda la destrucción de la vivienda donde vivía con su mamá, cuando un bombardeo de la aviación alemana hizo cenizas el hogar en su pueblo, Franca Villa Al Mare, dejándolos en la calle.
Quizá su condición física de movilidad a Mario Fernando Paolini Pacifici le ha pasado factura por tener más de nueve décadas de vida. No obstante, papá Dios le ha dotado de una excelente memoria, –diría alguien de elefante–, cuando el tema de contar su historia de vida, le anima a describir, detalle a detalle, las vivencias en su natal Italia y en Venezuela, su segunda patria, que lo convierte en otro protagonista de la crónica Los que llegaron al Zulia y se quedaron.
Nació en el pueblo de Franca Villa Al Mare, región de Chieti Abruzzo, centro de Italia, donde vino al mundo el 14 de abril de 1931. Único hijo de Conchetta Pacífici y Tulio Paolini. Estudio la primaria completa y logró llegar al segundo año de bachillerato antes de verse obligado a abandonar sus estudios, ante la convulsión social y la inestabilidad política en Italia.
En el ambiente del viejo continente los temores a la guerra ya podía respirarse y en pocos años la destrucción arrasaría con muchos países, cuando Adolfo Hitler decidió invadir y someter a pueblos enteros a la peor conflagración bélica que dejó más de sesenta millones de muertos, entre ellos, a judíos, gitanos, homosexuales, prisioneros de guerra y a otras minorías étnicas que quiso eliminar de la faz de la tierra.
Cuando la Segunda Guerra Mundial comenzó el 1ero. de septiembre de 1939 con la invasión alemana de Polonia, el pequeño Mario Fernando Paolini Pacifici sólo tenía ocho años de edad. A esa altura de la vida no entendía de guerras ni de las consecuencias que llegarían a su natal Franca Villa Al Mare y a toda Europa.
No olvida que sus padres lo tomaban de la mano y salían corriendo con el resto de los habitantes del pueblo, cuando la Defensa Civil activaba la alarma de bombardeos. “Allí empezó la agonía de mi madre. Los gritos, los improperios contra los alemanes. Yo era un muchacho que no entendía nada, pero si entendía que se cayó la casa y no teníamos donde vivir”, dice.
El peligro era detectado por la Defensa Civil por el ruido que producían los aviones que podían reconocerse si pertenecían a los alemanes o aliados. Entre la vida y la muerte sólo disponían de diez minutos para correr y llegar a una colina cercana, donde la población había construido refugios antiaéreos para preservar sus vidas.
Durante un buen tiempo a él y su mamá Conchetta Pacifici les tocó vivir en Galiano Aterno, otro pueblo cercano a 30 kilómetros, en la casa paterna debido a la destrucción del hogar donde nació, jugó y vivió antes de la guerra. Asegura que Italia, en época del dictador Benito Mussolini, era socio de los alemanes.
“Mi padre”, recuerda, “tenía un terreno fuera de la ciudad de Franca Villa Al Mare cerca de una colina. Ellos por el ruido de los aviones reconocían si era alemán o no. Servía como refugio antiaéreo exactamente. De día, yo muchacho, sacábamos tierra para hacer el refugio en un sitio llamado Caprile”.
-¿Por qué si Mussolini era aliado de Hitler los alemanes atacaron a Franca Villa Al Mare?
“Eran alemanes, porque ellos en la guerra eran socios con Italia, pero en esa oportunidad ellos entraron al territorio italiano por Sicilia arrechos porque Italia había declarado un armisticio.
“Entonces por esa arrechera empezaron a bombardear ciudades y pueblos. También las carreteras, tratando de obstuir los pasos, minando casas y cualquier cosa. Allí cayó mi casa y empezó la agonía de mi madre”.
En el año 1955 llega a Venezuela en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, diez años después de terminada la guerra en Europa. Su país, al igual que otros, aún no estaba recuperado de aquella catástrofe que significó muerte, destrucción, hambre, miseria y desempleo.
Esa realidad y no tener un hogar propio lo llevó a pensar en migrar a América Latina, a un país llamado Venezuela, donde su padre Tulio Paolini y su tío materno Filiberto Pacífici, un ingeniero civil, habían llegado unos años antes.
No había otra salida, lo pensó bien, decidiendo embarcarse en el “Auriga”, un barco militar usado en la guerra que fue modificado en su estructura, para poder transportar a la oleada de personas que salían a cualquier destino del nuevo continente.
Afirma que “con ese antecedente”, viviendo en un país destruido, “mi tío Filiberto Pacifici que estaba en Venezuela me llamó y vine. En esa época yo vivía en la casa paterna en Gagliano Aterno”.
Mario Fernando Paolini Pacífici cuando arribó a la que sería su nueva patria tenía 24 años de edad, aproximadamente. En Caracas permaneció algún tiempo desenvolviéndose en cualquier actividad económica que le permitiera sostenerse y enviarle dinero a su mamá Conchetta. Si bien no pudo cosechar el fruto de una formación universitaria o técnica, nunca le sacó el cuerpo a realizar cualquier actividad por más fuerte y exhausta que fuera.
Su tío Filiberto Pacifici se vino a la capital del estado Zulia donde desarrolló por un buen tiempo sus destrezas en la construcción civil. Años después disponiendo de algunos ahorros regresó a Italia. Dice su sobrino que su tío ingeniero “era un buen constructor.
“Muy inteligente, bueno en la profesión”, destacando que recuerda haber sido el italiano que construyó el edificio de arquitectura europea que aún está en la esquina, al lado de la Plaza Páez en la avenida Bella Vista, donde han funcionado varios negocios, entre ellos, concesionarios de vehículos.
“Llegué a Maracaibo”, revela Mario Paolini Pacifici, “porque estando en Caracas había amigos, paisanos, que vivíamos arrumados en una casita en El Guarataro, pegada a la Plaza Capuchinos a quinientos metros de El Silencio. Un día salimos a busçar trabajo en Antimano y ahí conocí a un señor Peterman, americano. Era el encargado de construir la fábrica de Ace y Ariel al lado de la Cervecería Polar”.
Ya en tierras marabinas, Mario Fernando Paolini Pacifici tocó puertas buscando trabajo para subsistir y seguir enviando algún dinero a un primo en su pueblo, a quien había encargado la tarea de levantar la casa de su mamá que seguía siendo, según dijo, su preocupación “porque escucho sus gritos contra los alemanes que la destruyeron”.
Esa sería, confiesa, la primera razón de venirse a Venezuela. Lograr un buen empleo y tener una mejor calidad de vida. En la Ciudad del Sol Amada estuvo con su tío Filiberto Pacifici quien vivió en la Calle Falcón. Quizá compartieron poco tiempo, porque su pariente estaba casi de salida de Venezuela. En la tarea de conseguir un trabajo conoció a Doña Teresita de Muchacho, vinculada a una dinastía empresarial del estado Zulia de quien se hizo muy amigo.
“El primer día me puso a limpiar los vidrios de Zulia Motor y a la semana me dio ciento cinco bolívares, pero le dije que no había venido de Italia a limpiar vidrios. Ellos tenían una fábrica de galletas La Suiza al final de Bella Vista. Bueno no te preocupes me dijo. Vaya y busque al señor tal y que te de una carga de galletas que salí a vender. Me ganaba doscientos bolívares semanales que era un realero”.
En su largo recorrido de vida, Mario Fernando Paolini Pacifici durante su permanencia en la tierra que le abrió las puertas de su nueva casa, ha desempeñado muchas actividades laborales, entre ellas, constructor, vendedor de pasta, proveedor de víveres, panadero, pizzero, administrador, rutero lechero y, en fin, lo que le permitiera subsistir a él y a su descendencia en esta región de oportunidades, bendecida por Dios y La Chinita.
En Ciudad Ojeda, ejemplo de haber sido La Meca del comercio y de la actividad petrolera, Mario Paolini Pacifici construyó uno de los tres cines que ha habido en esa zona de la COL, además de un sitio de esparcimiento llamado El Olímpico, donde los extranjeros mitigaban el elevado calor zuliano.
Su periplo por el estado Zulia lo llevó a Los Puertos de Altagracia, Cabimas o la Guajira donde trasladaba seis mil litros de leche diaria, desde la finca Manzanares en Guarero, propiedad del cacique Ángel Machado, hasta la empresa Upaca en Los Haticos. Además, atravesó la frontera llevando a Maicao pasta “Mi Mesa” y agua potable que negociaba. La pasta colombiana era “mala, oscura y dura” y el agua de consumo era salada.
La construcción de viviendas, escuelas o cualquier tipo de edificación pública o privada, encontró en la colonia italiana a aventajados profesionales que contribuyeron, antes y después de Marcos Pérez Jiménez, a desarrollar la infraestructura física de Venezuela y el Zulia, época en la que un compromiso, una negociación, era la “palabra” suficiente entre un cliente y el constructor.
Asegura que “en aquella época la construcción estaba en manos de los criollos que no cumplían sus compromisos, porque bebían mucho. Todos los inmigrantes se apropiaron de la construcción que en poco tiempo quedó en manos de los italianos. En esa ocasión trabajé con Angello Milli quien hizo el edificio del Rosmini –centro educativo– donde Milli nos multó para comprar un terreno donde fue construida una cancha deportiva”.
La descripción, diría milimétrica de su vivencia de vida la expresa, –sin perder su acento–, con vehemencia cuando recuerda que antes de la llegada del 23 de enero de 1958, sus paisanos constructores iban sábado y domingo a la plaza Bolívar de Maracaibo, que era convertida en “oficina”. Era solo necesario “un lapiz de a medio, una libreta de un real y la palabra del constructor italiano”, cuando alguien requería un buen trabajo. La calidad de las obras y la responsabilidad del compromiso verbal ya eran parte de la fama bien ganada de los europeos.
La historia de la construcción del Puente Sobre el Lago de Maracaibo ha dado la vuelta al mundo. En esa magna obra, entre 1959-1962, destacó la excelencia profesional de su diseñador, el italiano Mario Moranti y la ejecución de la obra a cargo de alemanes y del venezolano, ingeniero Juan Otaola Paván.
Sucedió un poco más de 62 años atrás cuando el estado Zulia tenía de gobernador a Luis Vera Gómez. El Presidente Rómulo Betancourt entregó una de las mejores obras de la naciente democracia venezolana. En la construcción trabajaron más de 2 mil 800 personas a quienes cada día había que alimentar.
También, otros anónimos detrás del gran telón, serían protagonistas de ese suceso histórico que dispararía el futuro del Zulia y Venezuela. Cada quien en su sitio, haciendo lo suyo, cumpliendo su actividad, tiene su nombre en la página del libro de esa historia. Mario Fernando Paolini Pacifici es uno de ellos.
Todo comenzó en las Veritas de Maracaibo, donde Paolini Pacifici dice que conoció a un señor que tenía una pequeña fábrica de chorizos en El Potente, Haticos, otro sector de la ciudad. Le propuso que se unieran y trabajara con él, mejorando y ampliando la carnicería en La Arreaga.
“Por su proximidad con el Puente Sobre el Lago la gente pasaba y me compraba carne y víveres. En esa ocasión conocí a cuatro o cinco alemanes que trabajaban en el Puente Sobre el Lago, donde la administración era de los alemanes y la ejecución de los criollos. Me hice amigo de ellos. En especial de uno que siempre compraba lomo de aguja y rabo de lomo que le apartaba cada semana.
“Con esa amistad vine consiguiendo amigos en la administración de los alemanes. Ahí me conecté y le pregunté a uno de ellos ¿dónde compraban la carne para los trabajadores?. Uno de ellos me presentó a Juan Otaola, ingeniero venezolano que me prometió que iba a ayudarme para conseguir el despacho de la carne.
“Eran trescientos kilos diarios. Tuve que comprar una cava porque la que tenía era pequeña. Era mucha carne para una carnicería pequeña. Sin embargo, me arriesgué y me fue bien. Todas las noches a las nueve, yo iba al puente donde me recibían, pesaban y me firmaban la factura. Me fue bien durante tres años de donde saqué la casa donde vivo
En un momento de su vida Mario Fernando Paolini Pacifici llegó a reflexionar que no todo podía ser trabajo, trabajo y soledad, sino que ya era hora de formalizar un hogar, tener descendencia y transmitir las tradiciones y costumbres que trajo de su tierra natal.
Eso tenía que llegar y así sucedió cuando contrajo nupcias con la venezolana Nelly Urdaneta, nacida en el sector Veritas, unión matrimonial que trajo al mundo a dos hijas, Vilma y Adriana, además de Alfredo, fallecido en un accidente de tránsito en el estado Anzoátegui. La relación de Nelly y Mario duraría doce años, aproximadamente.
Luego Mario Fernando Paolini Pacifici uniría su destino con la italiana Nadia Garbati a quien conoció, paradójicamente, en la casa de su futura suegra, Isabel Pompei, donde llevaba tiempo almorzando y por esas cosas del destino, la joven recién llegada de Italia le flechó el corazón y se casaron en 1967. Son 57 años de unión matrimonial que papá Dios les ha permitido compartir junto con sus hijos Roberto, Mary Isabel y Loredana.
Mario Fernando Paolini Pacífici tiene ganado un “Certificado de Zulianidad” como otro gran protagonista de Los que llegaron al Zulia y se quedaron. Su ejemplo de honestidad, perseverancia y disciplina es reflejo de los miles de migrantes que un día llegaron a Venezuela y han contribuido a hacer grande la patria de Simón Bolívar.
Por/José Aranguibel Carrasco
CNP-5003