¿Todos los políticos son iguales? Por Roberto Quintero
Hace días conversando con un oficialista empedernido, me sorprendí porque al poco tiempo de expuestos mis argumentos, terminó dándome la razón y reconociendo una larga lista de puntos negativos de quienes detentan el poder en Venezuela.
Aunque fueran cosas muy obvias, antes no lo hacía, así que digamos que hay un ligero progreso.
Sin embargo, me dijo: “Aunque yo se que este gobierno es malo y debería salir ya, no votaré por ninguno de la oposición, se ve que también son malos, todos los políticos son iguales”.
No desperdiciaré líneas en lo primero, pero sí en lo último ¿Será verdad que todos los políticos son iguales?
La historia latinoamericana y muy especialmente la venezolana, sin dudas, nos enseña que los políticos que nos han gobernado tienen muchos aspectos negativos en común.
Corrupción, abuso de poder, pretenciones totalitarias, desconexión con la ciudadanía, peculado de uso, mentiras, populismo, demagogia y un larguísimo etcétera.
También pasa en nuestras gobernaciones y municipios, en donde hemos visto de cerca como los que deberían ser nuestros “servidores públicos” buscan más bien ser servidos por nosotros.
Hasta aquí, el análisis le da la razón a mi amigo oficialista.
“La política es muy sucia” repite mucha gente con ligereza, pero creo que no es una frase justa.
La política como ciencia social es hermosa, busca el bien común, el orden, la justicia y el equilibrio, pero son sus intérpretes quienes la ensucian, haciendo justamente lo contrario al deber ser.
Es como si un médico en vez de sanar a su paciente, lo mata.
¿Es malo el médico o la medicina?
Entonces nos toca pensar en cómo resolver el problema que representa que siempre terminemos escogiendo a malos políticos para que nos gobiernen.
Mi propuesta es que siempre, siempre, tomemos en cuenta lo siguiente para elegir:
– Que sea “alguien nuevo” o sin antecedentes graves.
– Que tenga formación profesional para ejercer el cargo y que tenga la capacidad para cumplir con las funciones del mismo.
– Que tenga demostrado su genuino interés por el cumplimiento de la ley y el bien común.
– Que le apasione servirle a sus ciudadanos.
– Que sea reconocido por sus valores sociales y cristianos.
– Que tenga capacidad para armar un equipo eficiente.
– Que tenga más ideas que quejas.
Esto a rasgos generales, luego podemos ver otros detalles, pero es realmente necesario que le demos paso a nuevos intérpretes y les acompañemos en su caminar, para apoyarlos, claro, pero también para ser garantes de que cumplan con los retos, de lo contrario siempre tendremos los mismos, tristes y frustrantes resultados.
No les hablo de una revolución.
Hablo de evolución. Que seamos mejores ciudadanos, mejores líderes, mejores políticos y gobernantes.
Depende de nosotros, manos a la obra.
¿La clave? La educación. Prepararnos intelectual, ideológica y espiritualmente nos eleva en conocimiento y responsabilidad, en consciencia y compromiso.
¡Sí se puede!
Roberto Quintero, periodista.